Aviso, contenido sensible: a continuación voy a hablar de comida. Si estás atravesando un TCA o tienes una relación complicada con tu cuerpo y crees que este contenido podría ser perjudicial para tu proceso de sanación, te invito a que te saltes la primera parte del texto y vayas directamente a la sección “Un privilegio subestimado”.
¡Hola!
Esta es la décima carta que os envío. Sí, ya llevo diez semanas seguidas escribiéndoos. Y el mero hecho de pensarlo me llena de alegría y de unas ganas inmensas de celebrarlo. Lo que me lleva automáticamente a pensar en comida. Para mí hay pocos placeres igualables al de comer. Por eso, es inevitable que me pregunte con qué plato podríamos celebrar este pequeño triunfo y qué sabores representarían mejor la satisfacción de estar haciendo lo que hacía tiempo que quería hacer.
La comida es uno de mis temas favoritos de conversación. Y es que aunque cada persona disfruta de ella en distintos grados, es casi imposible no conectar con tu interlocutor a través de ella. Cuentas que has descubierto un postre buenísimo en ese restaurante que está en esa plaza y a continuación, recibes como respuesta otro descubrimiento igual de apasionante. Y así podríamos pasarnos todo el día, encadenando un postre, con un plato, con una fruta, con un nuevo sabor, con tu desayuno favorito, con mi cena fetiche. Aún no he hablado de ninguna receta en concreto y ya estoy salivando.
Quiero aclarar que lo que me gusta es comer. Lo de cocinar lo llevo bastante peor. Suelo escaquearme de esa tarea tanto como puedo. Y si me meto en la cocina, intento que no sea por obligación. Me gusta que el acto de cocinar sea como un juego, un ratito de experimentación para probar eso que he visto en internet o esa combinación imposible de sabores que me ha venido de repente a la cabeza. Aún así, hay veces que no me queda otra que cocinar por supervivencia. Y en esos casos, suelo combinar las técnicas básicas que conozco de la mejor forma que sé. Los sofritos de cebolla con tomate, las verduras al horno y el queso (me encanta el queso) son la base de mi reducido repertorio gastronómico.
Hay quien, sin embargo, disfruta pasándose horas y horas en la cocina. En ese lado de la balanza estaba Norah Ephron (Nueva York, 1941-2012), para quien la comida lo era todo. De ahí que su primer libro de ensayos se llamase Ensalada loca y una de sus novelas más importantes Se acabó el pastel. Por no mencionar que dirigió la película Julie & Julia. Hay que pasarse muchas horas cocinando y comiendo para que tu obra esté llena de tantas recetas propias y prestadas.
Da igual si lo dejamos por escrito o no. Sea como sea, todos tenemos recuerdos importantes relacionados de una forma u otra con comida. Y a veces, la comida no es lo más importante del recuerdo, pero por algún motivo, sus colores, sus aromas y su sabor se nos quedan grabados.
La primera vez que mis padres me llevaron a un concierto yo tendría unos seis años, el cantante era Alejandro Sanz (el Alejandro Sanz de los 90) y recuerdo muchas cosas de ese momento. Pero sin duda, el detalle más curioso que recuerdo es que antes del concierto me comí unas croquetas de jamón. Recuerdo incluso que mi madre me las partió por la mitad para que se enfriaran más rápido y casi puedo sentir el tacto del tenedor y la cremosidad de la bechamel en contraste con los sólidos trocitos de jamón.
Mi cabeza está llena de este tipo de flashes. Supongo que mi apetito ha hecho que durante toda la vida le preste una especial atención a las cosas que llenan mi estómago. Y es que comer es un acto sencillo, pero bien hecho, implica la concentración de todos los sentidos. Los crujidos, las burbujas, las temperaturas, la paleta de color que se crea en el plato. Todo puede (y debe) formar parte del placer, sin necesidad de que el ritual suceda en un restorán de postín.
La semana pasada escuchaba Participantes para un delirio, el podcast de Coco Dávez y oí a Valeria Mata, investigadora y antropóloga social, hablar de lo mucho le gusta escribir en la cocina. Decía que le interesa lo lleno de interrupciones que está ese espacio y cómo eso acaba colándose en el proceso creativo. También comentaba que una amiga que estudia la literatura escrita por monjas le explicó que en algunos de los manuscritos originales de las religiosas se pueden observar manchas de chocolate, lo que indicaría que escribían mientras tomaban un dulce. Me hizo pensar en todas las páginas de todos los libros que a lo largo de mi vida habré manchado yo.
Nuestra relación con la comida es inevitable. Al final, no es más que materia procesada para cubrir una necesidad fisiológica, pero a lo largo de nuestra historia como especie lo hemos convertido en algo mucho más importante: en un lazo social, un disparador de recuerdos, una forma de entender la felicidad. En algunos casos, hasta en un conflicto.
En la guerra, su ausencia es una arma letal y devastadora. En nuestra mente, su restricción puede convertirse en una obsesión peligrosa. De ahí el aviso del principio. Esta es la parte triste, que algo que nos puede hacer disfrutar tanto a veces también se convierte en una manzana envenenada. Y ojalá tuviese el antídoto para esas situaciones. Nadie lo tiene, porque su pócima se cocina en conjunto, a través de la conciencia social, la denuncia, la educación, el cariño y la paciencia. Y no hay que dejar de remover nunca. Ahí está la clave.
Ojalá llegue un día en el que todas las personas podamos disfrutar de la comida sin ausencias, sin restricciones, sin conservantes, químicos ni explotación. Que la disfrutemos todas y nadie la sufra. Eso haría que el placer fuese más rotundo.
Por cierto, una pizza margarita al estilo napolitano. Eso es lo que me apetece comerme para celebrar mis diez primeras newsletters.
Un privilegio subestimado ❤️🩹
La lista de Bob Pop de esta semana (se emite cada lunes por la mañana en la Cadena Ser) iba sobre “experiencias infravaloradas”. Y entre ellas, Bob destacaba “que te hagan de comer”. Es así, es un regalo. Y también una coincidencia que este punto de su lista tan relacionado con la primera frase que se puede leer en ¿Y qué comemos mañana?, creado y editado por Mª Isabel Torres y Andrés Ramírez de Tabletimes:
“Poder recurrir al consejo culinario de una abuela es un privilegio subestimado.”
Este libro es un homenaje a Josefina Barbero Jiménez, conocida por sus nietos como la abuelita Fina y que, a estas alturas, es un poco abuela de todas las personas que hemos podido leer y disfrutar su historia de vida y sus recetas, dos elementos que se entremezclan de forma natural y casi necesaria. Porque la vida de Fina y de muchísimas otras mujeres no se cuenta completa hasta que no reparamos en la cantidad de horas que se han pasado en la cocina para, como diría Bob Pop, hacernos de comer. Todo está bien en este libro. El testimonio, la fotografía, el diseño. Es un abrazo impreso en papel.
Y ya que me pongo, aprovecho para dar las gracias a todas las personas que me han hecho y me hacen la comida. No hay palabras capaces de abarcar todas la sensaciones bonitas que provocáis en mí.
Cosas de pájaras 🦜
Vuelvo una vez más a El gran libro de los pájaros de Blackie Books para destacar dos fragmentos de texto sobre pájaros y comida de los que te invitan a subrayar el libro.
El primero:
“Tengo un problema con mi vecino. Se llama Lorenzo y no para de pedir comida. Su compañero de piso está todo el rato diciéndole: «Lorenzo, calla, Lorenzo». Pero Lorenzo siempre tiene hambre. Y vuelve a chillar. «Lorenzo, cierra el pico». Lorenzo tiene once años y es un loro.”
Anónimo
Y el segundo:
“Los pájaros son preciosos. Me fascina que se salvaran de la extinción. El mundo siempre necesitará pájaros comiendo cosas muertas.”
Wes Craven en una entrevista para la Sociedad Nacional Audubon en 2008
Muchísimas gracias por leer. Y por salivar tan desvergonzadamente.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!
Recomiendo el libro Las Devoradoras de Lara Williams 💗
💛 muchas gracias por la mención! Se lo compartiremos a Fina! Y también celebraremos pronto estas diez cartas tan bellas! Chin chin!