¡Hola!
Esta es la carta que os envío con más consciencia de que es una carta. Algunos, en vez de carta, la llamarán newsletter. Yo misma las llamo así de vez en cuando. Pero la verdad es que esto tiene muy poco de newsletter, al menos, en el sentido literal de la palabra. Vista de Pájara no nació con la intención de ser una “carta de noticias”. Básicamente, porque yo no soy lo suficientemente rápida (ni pensando ni escribiendo) como para crear un lugar lleno de actualidad.
También me pregunto si realmente esto que tenemos entre nosotros es una relación de carteo. Lo cierto es que cada semana recibo mensajes, fotos, anécdotas y comentarios vuestros. Algo que cuando empecé no me esperaba para nada y que me ha desbloqueado una nueva necesidad: la de recibir vuestra respuesta. Visto así, está claro que lo que nació con pretensiones de experimento articulista, también tiene algo de carta. Me alegra que así sea. Me alegra que así lo sintáis.
Nunca me había imaginado a mí misma como una escritora de cartas. Supongo que me parecía algo demasiado delicado. Y de poca difusión, para qué engañarnos. Pero ahora que me veo en estas, el hecho de que a esto que hago se le pueda llamar “escribir una carta”, le confiere a mis esfuerzos una profundidad y un romanticismo que me gustan.
Tiene que ver con los orígenes del formato, pero también con la intimidad. Al ser un texto pensado para unos pocos lectores, en una carta se permiten reflexiones más personales, menos contrastadas y más espontáneas que las que requiere un ensayo, un artículo o cualquier otra pieza. Es una conversación privada mantenida a distancia y convertida en palabra escrita. Aunque con el tiempo se haya convertido en mucho más.
Siempre que leo cartas escritas por personajes históricos publicadas en libros, me siento un poco culpable. Tengo la impresión de que me estoy metiendo donde nadie me llama y no puedo evitar pensar cuál sería la reacción del emisor, si supiera que ese secreto que escribió inocentemente en un trozo de papel, ahora es de domino público. Yo creo que se debatiría entre matarnos a todos o enterrarse en el núcleo de la tierra. O quizá no. Seguro que también hay quien pensó que pasaría a la posteridad a través de sus cartas. Hay gente para todo.
A la vez, también siento que esa violenta intromisión en la vida de personas muertas y las relaciones que mantuvieron con sus semejantes en vida, nos hacen un poco mejores, más comprensivos con ellas y con nosotras mismas. Las cartas son capaces de atrapar algunos de los sentimientos y sensaciones más esenciales de la existencia humana. Y eso de que tú y esa escritora estupenda del siglo XIX que todo el mundo adora (ahora) hayáis pensado lo mismo en distintas épocas, distintos países y siendo de distintas clases sociales, pues tiene su gracia.
Algunas cartas reseñables ✉️
Estas son las cartas en las que pienso, cuando pienso en cartas:
Gregorio Martínez Sierra rogándole a María Lejárraga que se pusiese a escribir algo nuevo, porque sino la farsa de que él era escritor se caía y mira tú qué bochorno. Eso último no lo decía la carta, pero me lo imagino yo. Gracias a estas cartas, que Lejárraga conservó durante toda su vida, hoy sabemos que la escritora era ella y podemos rendirle el homenaje que se merece. Si te interesa este tema, te recomiendo que veas el documental A las mujeres de España. María Lejárraga de Laura Hojman.
También de María Lejárraga, las Cartas a las mujeres de España, en las que invita a las mujeres a tener un papel mucho más activo fuera de sus casas, en una época en la que ni siquiera se consideraba que ellas pudiesen tener algo parecido al pensamiento crítico. ¿De verdad alguien pudo creer que unas reflexiones así podrían venir de Gregorio? En fin.
Emilia Pardo Bazán diciéndole cosas preciosas a Benito Pérez Galdós. Una historia de amor imposible entre dos intelectuales españoles interesantísimos. Una pena que nunca se hayan encontrado las cartas de él y sólo las de ella. A saber las guarradas que le decía el bueno de Benito a Emilia.
Estas semanas anda corriendo por Instagram un reel en el que Henar Álvarez habla de esta historia tan interesante. Es un corte de El Olimpo de las Diosas, el podcast que hace con Judith Tiral en Podimo.
Las cartas de Franz Kafka a su prometida y a su padre. Esta última quizá sea una de las cartas más tristes que he leído nunca.
Van Gogh escribiéndole a su hermano. Estas también son tristes, porque vas viendo cómo al pobre Vincent todo le salía de regular a mal. Loving Vincent es una película en la que se habla de las últimas cartas que Vincent le escribió a Theo antes de quitarse la vida. Un dramón y a la vez una de las cosas más bonitas que he visto nunca, ya que toda la peli está ilustrada siguiendo el estilo del pintor. Ya me sabía la historia, pero aún así, no pude evitar llorar.
Las cartas entre Albert Einstein y Sigmund Freud, sobre el sentido de la guerra y si realmente tiene solución, recogidas en el libro Por qué la guerra. Las conclusiones me parecieron decepcionantes y me hicieron preguntarme cómo habría sido esta conversación si se hubiese dado entre una física y una psicoanalista. Si me leen físicas y psicoanalistas, por favor, que se manifiesten para que intercambien correos y veamos qué pasa.
Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke.
Las cartas de la abuela de Paula Bonet a su abuelo, cuando eran novios y pasaban largos periodos de tiempo separados, que forman parte de su libro La Anguila.
Si todas estas cartas se pueden encontrar tan fácilmente en Internet, qué pasará en unos cuantos cientos de años (o en mucho menos tiempo) con los mensajes de WhatsApp que se envían los personajes de hoy que algún día serán históricos. Piénsalo.
Mi recomendación: que si te interesa ser un personaje histórico, tengas cuidado con los mensajes que envías. Sobre todo si quieres pasar a la historia como un filántropo y no como un pervertido o directamente, como una basura de persona. O mejor, no tengas cuidado, sé como eres, escribe cartas como piensas y ayúdanos a saber, dos siglos después, si hace falta que te hagamos una escultura hologramática y le pongamos tu nombre a una vía intergaláctica, o si mejor invertimos nuestro tiempo y nuestro dinero en vanagloriar a personajes de otras especies extraplanetarias con una conducta menos cuestionable.
Cosas de pájaras 🦜
Siempre que hay una carta, tiene que haber un mensajero. Hoy el mensajero es tu correo electrónico, que es poco glamuroso, pero bastante efectivo. Pero hubo un tiempo en el que no quedaba otra que hacer que alguien o algo llevara la carta. Por eso se crearon los servicios de correos y por eso, en época de guerras, se amaestraron palomas para convertirse en mensajeras de guerra.
En la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña orquestó la Operación Columba, que consistió en lanzar a 16.000 palomas a la Francia ocupada por los nazis para poder mantener la comunicación con el bando aliado. De las 16.000, sólo regresaron alrededor de 1.800. Cuando los nazis se percataron de que esas palomas eran un activo de guerra, amaestraron halcones para que acabaran con las palomas.
Treinta y dos de las palomas supervivientes recibieron la medalla Dickin, una condecoración creada para reconocer el valor del servicio prestado por distintos animales durante la guerra. A mí me parece que agradecerle a alguien un acto que en realidad le has obligado a hacer es bastante perverso. Pero qué sabré yo, que soy una pacifista de pacotilla. Mejor me callo. Al menos, hasta el viernes que viene.
Muchísimas gracias por leer. Y por cartearte cada semana conmigo 🫶.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!