¡Hola!
Hace unos días, mi pareja me recordó una idea que corre desde hace años por las redes sociales. Dice así: los metaleros son gente buena pretendiendo ser mala y los hippies son gente mala pretendiendo ser buena. Haciendo inventario, me doy cuenta de que yo he conocido a personas que encajan bien en cualquiera de esos dos arquetipos. Y no puedo evitar pensar también en la cantidad de tiempo que dedico en mi día a día a reflexionar si las cosas, animales y personas que me rodean forman parte del equipo del bien o de la banda del mal. Muchísimo tiempo. Tanto, que me da hasta miedo sacar las cuentas. ¿Le pasa a alguien más o sólo a mí?
En mi caso, he detectado los orígenes de este trending topic mental en la educación cristiana que me chupé desde pequeña. Eso dio como resultado que la escritora de esta carta haya hecho durante toda su vida esfuerzos sobrehumanos para ser una buena persona. Pero claro, si lo piensas, ¿por qué quería ser yo una buena persona? ¿De verdad lo hacía por la paz en el mundo o era por el aplauso?
Lo de “haz el bien y no mires a quién” lo compro (a medias), pero lo que no me trago es la cláusula de hacerlo “sin pedir nada a cambio”. Reconozco (y con esto probablemente esté cometiendo un pecado, porque casi todo lo es) que me gusta que me den alguna palmadita en la espalda de vez en cuando. Y mientras lo escribo, me siento malísima persona, pero a la vez, me libero un poco. Supongo que eso está bien. O quizá el simple hecho de pensar que algo tan malo es bueno, en realidad es malo. Ay, no sé, qué lío, qué agobio, qué todo.
Voy a desatascar esta situación citando los primeros segundos de Qué bien tan mal de los Ojete Calor:
“Mi amiga Maribel
tiene la teoría de que mal es bien.
Y afirma sin rubor
que ha comprobado en firme que peor es mejor.”
La canción no habla de mal y bien en un sentido moral, sino de los males y bienes que son tangibles. Que te encuentren el colesterol alto y gracias a ello, puedas ser el centro de atención de una conversación. Pero es que eso en sí mismo también es perverso: aprovecharte del sufrimiento (propio o ajeno) para ganarte el cariño de los que te rodean no es de buena persona precisamente. Pero tampoco me parece completamente mal. Antes quizá me lo hubiese parecido, pero ya no. Quizá sea que cada vez me gustan más los malos y me agotan más los buenos.
Aunque siendo justos, lo que me agota no es la bondad, sino la forma en la que nos la han contado. Ser buena persona no debería ser sinónimo de ser abnegada, sumisa o conformista. Eso sería en realidad una bondad envenenada que sólo beneficia a los malos. Y en el otro extremo, ser malo no es (generalmente) una decisión que uno toma y que guía absolutamente todas sus acciones. Todos lo hemos hecho mal alguna vez. En ocasiones, sin querer. En otras, quizá no tanto. Aquí cada uno que asuma sus responsabilidades, yo no soy quién para juzgar, pero lo que está claro es que ni el bien ni el mal son dos categorías tan estancas como nos han dicho los cuentos, las películas y Tik Tok.
Así que, después de pensarlo mucho (mucho, mucho, demasiado), Rosseau, je suis désolé, pero eso de que el hombre es bueno por naturaleza habría que ir revisándolo. Y lo de que en francés le pongáis más de un acento a una sola palabra, también. Las personas no son ni buenas ni malas. Y mucho menos lo son por naturaleza. Las personas hacemos lo que podemos para seguir vivas. Y eso será bueno o malo según el contexto en el que nos movamos. Cuanto más solos estemos, probablemente peor será.
Por eso existen las sectas. Por eso no paramos de ver a personas jóvenes abducidas, señalando a los “plebeyos” y a sus “fucking panzas”, pensando que así hacen algo bueno. Eso demuestra que por encima del dinero, la fama y los aplausos, lo que necesitamos son redes sociales que nos acojan, nos ayuden y nos acepten tal como somos, para que nunca tengamos que recurrir a gente mala pretendiendo ser buena. Y que no necesariamente tendrán aspecto de hippie*. Sin esas redes, al final todo va mal. No bien mal. No. Mal mal.
Por cierto, por si os lo preguntabáis, yo cada vez estoy menos preocupada por ser buena persona. Ahora simplemente me concentro en actuar acorde a mis valores e ideas lo más que pueda e intentar que eso afecte lo menos posible al resto de seres con los que comparto casa, ciudad, país y planeta. Pero no creo que eso me haga buena, sino pragmática. Es más lío tener que pedir perdón que hacerlo así desde el principio. Eso sí, si alguien quiere darme una palmadita o en su defecto, un premio (a poder ser con dotación económica), pues mira, yo no voy a ser la que diga que no. Buena no sé, pero tonta no soy.
*Os dejo aquí dos historias que me han estado perturbando esta última semana, por si os interesa ahondar en el motivo de que haya escrito ese párrafo. La primera: La gata de Schrödinger infiltrándose en el curso de Llados. Y la segunda: los bailarines de 7M, a los que probablemente hayas dado like en las redes en algún momento de tu schrolling, cuentan sus experiencias formando parte de la secta Shekinah. Lo cuentan en el documental Bailar para el diablo, en Netflix.
Acata y asciende 😇
El año pasado Estefanía Jiménez García publicó un libro que se me clavó un poquito en el alma. Si es que las cosas se pueden clavar sólo un poquito. El claustro es la historia de Damara, una profesora que empieza a trabajar en el Santa Clara, un colegio de monjas, y durante su paso por el centro descubre que… Bueno, que ay, qué bien tan mal. Sinceramente, no creo que haya mejor forma de expresarlo. Si queréis saber más, mejor os lo leéis.
Lo único que sí que voy a destriparos es un fragmento que se me quedó especialmente grabado y que viene al caso:
“A la hermana Carmen no le gustaba el ruido. Odiaba también las preguntas, las opiniones y cualquier tipo de queja. No le gustaba que fuésemos a contarle historias, como ella misma llamaba a nuestras preocupaciones de adolescentes. La única manera de llevarte bien con ella era a través del silencio. Silencio, orden y disciplina. Tres normas básicas que imponía en sus clases de religión y en el colegio entero. Bastaba con no abrir demasiado la boca para que ella diera por hecho que eras una alumna obediente y ejemplar. Salir de clase de una en una y bajar las escaleras respetando el medio metro de distancia con tu compañera de delante. No correr en el patio ni llevar la falda del uniforme demasiado corta. Nada de piercings, chicos, ni palabrotas. Si cuplías todos estos requisitos, se te garantizaba una buena estancia en todos los años de escolarización en el Santa Clara.”
Estar calladita como sinónimo de supervivencia o, como diría segurante la hermana Carmen, de “hacerlo bien”. Un clásico.
Aparte de escritora, Estefanía fue mi profesora de Lengua y Literatura en segundo de ESO y de latín en cuarto. Y en esos años, me hizo amar aún más la cultura en general y la literatura en particular. Todavía conservo en un cajón de la casa de mi infancia una obra de teatro que escribí para su asignatura. Y no es por ser vanidosa, pero el otro día la releí y todavía me gustó. Sus clases son de las que más recuerdo de mi adolescencia y su libro fue una forma de revisitar mi paso por la escuela desde la crudeza. Desde lo que sólo puedes ver cuando ya eres una adulta. Y la verdad es que se lo agradezco mucho.
En este sentido, otro libro que tengo muchas ganas de leer es El Evangelio de Elisa Victoria, pero después de la experiencia que tuve con El claustro, sentí la necesidad de dejar un espacio de tiempo antes de volver a leer sobre temas relacionados con infancia y monjas. Si alguien lo ha leído, por favor, que me comente que le pareció. Seguro que eso me anima a seguir alimentando este tema en mi cabeza. Aunque ya sabéis que eso no tiene por qué ser bueno.
Cosas de pájaras 🦜
Nuestra cultura está llena de metáforas en las que los pájaros juegan el papel de los malos más malos de la historia. Y en el número uno de la lista están, sin duda, las aves carroñeras.
Para mí, las dos lecturas indispensables sobre pájaros malignos son el poema El cuervo de Edgar Alla Poe, al que llegué por primera vez por un capítulo de Los Simpson y que vale la pena revisar de vez en cuando; y la más imprescindible de todas para mí: El buitre de Franz Kafka. Me encanta esta historia. ¿Sabéis esa gente que cuando está triste se pone a escuchar canciones tristes? Pues yo soy más de releer cosas de Kafka.
¿Y cuál es la parte buena de todo esto? Que se han creado obras buenísimas alrededor de pájaros malísimos. Y que tan sólo haciendo una búsqueda rápida en Google de curiosidades sobre los cuervos y los buitres, os daréis cuenta de que son aves inteligentísimas, con una empatía y una forma de relacionarse con los miembros de sus especie bastante admirable. Cuánto tenemos que aprender todavía de las pájaras.
Muchísimas gracias por leer. Y por todo el bien que me haces estando aquí.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!
Tan identificada. Gracias por tus reflexiones de viernes una semana más.
Gracies Ines per aquestes hidtories tan interessants que ens expliques, i que jo llegeixo mentre prenc en cafe de primera hora del mati. Em donen motius a reflexionar en coses que en aquests moments no hi estic pensant😘