¡Hola!
¿Sabéis esa persona que se ríe de un chiste cuando ya es demasiado tarde para que siga teniendo gracia? Bueno, pues yo soy esa persona hoy. Porque la gala de los Oscars 2024 ya pasó. Ya nadie se acuerda de ella, pero yo sí. Y no sé a vosotros, pero a mí me dio un poco de pena que La sociedad de la nieve se quedara solo con las nominaciones. Que por otra parte, prueba tú a que te nominen en los Oscars. Está claro que la misma nominación ya era un premio importantísimo, o eso se le dice a los periodistas. Pero no sé, yo quería un Oscar. No esperaba decir esto nunca, pero ya veis.
Y eso que tuve muchos prejuicios antes de verla. Las pelis de catástrofes no son lo mío y menos cuando el menú del día es el brazo de tu mejor amigo. Pero al final, La sociedad de la nieve resultó ser otra cosa. Sí, hay efectos especiales espectaculares. Sí, hay canibalismo, porque si vas a contar la verdad, pues no te queda otra. Pero también hay sensibilidad. La peli habla de un heroísmo poco heroico, de una masculinidad más vulnerable, menos artificiosa. Eso me gustó.
De todas las cosas que tiene esta película, basada en la novela de Pablo Vierci, me quedo con una idea muy bien desarrollada en la historia y que se resume de maravilla en el título: los supervivientes del accidente de los Andes formaron una sociedad adhoc. Los humanos somos capaces de adaptar nuestras costumbres y formas de vida a las circunstancias y de crear una sociedad de la nada, sobre todo cuando se trata de sobrevivir. Y esto no solo aplica para casos de supervivencia vital, sino también en el día a día, mientras tratamos de alcanzar la supervivencia social.
A todos nos pasa. Que de pronto usamos mucho una palabra cuando vamos con un grupo de gente o que no sacamos un tema cuando estamos con otro. Puede que el movimiento sea leve, pero el contexto en el que nos encontramos marca la forma en la que nos relacionamos con el grupo. Por eso, las parejas hacen esa cosa tan ridícula de hablarse como si fuesen niños pequeños. Por eso, hay bromas que solo funcionan con un grupo de amigos muy concreto. Porque la sociedad es un conjunto de pequeñas sociedades con su propia idiosincrasia.
Hay una sociedad en concreto que me interesa especialmente, por lo alejada que siempre ha estado de mi persona. Lo voy a decir rápido y sin anestesia: ¿qué pasa con la gente que basa su personalidad en ir al gimnasio? ¿Sabéis a qué me refiero, verdad? Te apuntas a un gimnasio, entras el primer día y en pocos segundos, eres capaz de detectar quiénes llevan más de un año ahí metidos. Lo sabes por cómo se relacionan con los entrenadores, porque no les importa abrazar y tocar a sus amigos pese al sudor y al pestazo. Yo en mi caso lo sé, porque son lo opuesto a mí.
Mi difícil relación con el deporte tiene un origen claro: las clases de educación física que se daban en la sociedad de las monjas, quiero decir, en mi colegio. Se supone que esa asignatura está diseñada para fomentar el deporte y los buenos hábitos, pero al final, consigue lo contrario: que todas las personas que no nacen con condiciones físicas de atleta olímpico crean que eso del deporte no es para ellos.
La última vez que reuní la fe suficiente para apuntarme a un gimnasio (cada tres años me olvido de que no me gusta y lo vuelvo a intentar) me decanté por uno exclusivo para mujeres. En realidad, la principal ventaja para mí era que estaba cerca de casa, pero eso de que solo hubiese mujeres me hizo pensar que quizá había esperanza y por una vez podría dejar de sentirme ridícula levantando unas pesas de 3 kilos. Pensé que sería un ambiente más seguro, una sociedad más relajada. Spoiler: me equivoqué.
En ese gimnasio, las dinámicas masculinas de “a ver quién la tiene más grande” se habían convertido en “a ver quién es la tía más perfecta”. Una especie de simulacro de The Real Housewives of Beverly Hills en leggins. Hasta el punto de que en una clase de Step una abonada me recriminó que a mí me salieran bien los pasos a la primera, alegando que yo iba dos días a la semana y ella solo uno y que por tanto, lo suyo tenía más mérito. Eso, combinado con un dolor cada vez más fuerte en mi rodilla derecha, hizo que me decidiese a salir de ahí cuanto antes. Mi cuerpo me estaba comunicando que la sociedad de las pesas no estaba hecha para mí y decidí escucharlo.
Ahora me he pasado a la natación. Nada más llegar el primer día, dejé claro que la competición está fuera de todas mis intenciones, que solo quiero nadar por salud. Por. Salud. Y la verdad es que la recepción en esta sociedad ha sido mucho más amable. Cabe apuntar que por algún extraño motivo, la natación se me da algo mejor que el resto de deportes que he ido probando a lo largo de mi vida. Creo que tiene que ver con la ausencia de gravedad. Las opciones de caerte mientras haces crol son bastante limitadas.
En la piscina (al menos en los horarios a los que voy) quien maneja el cotarro es un grupo de personas jubiladas, mayoritariamente mujeres, que va a clase con una motivación muy parecida a la mía. Y encima no les da ningún tipo de vergüenza quedarse una hora más a hacer acquagym. Esta es mi gente. La gente de la piscina. Esa gente que va por la vida con la marca de las gafas, horas antes incrustadas en sus párpados. Que agarran sus churros de colores con fuerza y mueven piernas y brazos con alegría al son de What Is love de Haddaway. La sociedad del cloro es mi sociedad, al menos en lo que respecta al deporte. Y espero que así sea durante mucho tiempo, porque no me quedan muchos más deportes que probar.
Otras sociedades (y lecturas) más subversivas 🔥
No todas las pequeñas sociedades que se forman nacen con el fin de complacer. Algunas lo hacen con la idea de incomodar. Y sinceramente, qué bien que así sea, porque también lo necesitamos de vez en cuando. Lectura Fácil de Cristina Morales es una gran ejemplo de ello. Y si lo combinas con Taller de Chapa y Pintura de Mestizorras, ya verás qué cuerpo se te queda. Yo lo hice así y me estuve un mes con ganas de quemar contenedores. De vez en cuando, todavía vuelvo a esa fase. Porque una vez se entra en la sociedad de las malas mujeres, ya nunca se sale.
Cosas de pájaras 🦜
Y ya que hablamos de comunidades, hoy quiero recordar un pastel que se destapó en 2021. Hablo del movimiento Birds Aren’t Real, un delirio con el que Peter McIndoe se hizo pasar por el líder de una plataforma conspiranoica que defendía que el gobierno estadounidense había matado a todos los pájaros y los había sustituido por máquinas con forma de palomas que vigilaban a los estadounidenses 24/7.
Lo más interesante de este experimento desinformativo son las conclusiones que sacó McIndoe, que nos propone que dejemos de asumir que los conspiranoicos son tontos y que empecemos a considerar que solo son personas que necesitan sentirse vinculadas a una comunidad: “Dirijamos nuestras energías hacia la crisis de la pertenencia y tal vez así entendamos la crisis de las creencias.”
Al final resultó que los pájaros sí que eran reales. Menos mal. Cómo son los estadounidenses, les encanta el drama. Casi tanto como untarse bronceador naranja y ahuecarse el pelo. Que Dios los pille confesados.
Muchísimas gracias por leer. Y por formar parte de esta pequeña sociedad de pájaras 🐦⬛🖤.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!
Jajaja!! Muy bien visto, pajarita!!
Me encanta este análisis!!! Además la peli me gustó taaanto 🥺.
Al principio creía que ibas a tratar el tema de las sociedades desde un punto de vista "positivo", un mundo utópico en el que todos nos apoyaramos como en la Sociedad de la nieve. Peeero se me olvidaba que tú tienes vista de pájara y no se te escapa nada!! 🐦
Has plasmado muy bien nuestra realidad, las pequeñas comunidades que se forman y lo escarmentados que salimos a veces.
Me ha gustado mucho!!!
P.d.: la ilustración es preciosa!!!!!!