¡Hola!
Hace tiempo que no os pregunto qué tal estáis. ¿Qué tal estáis? Ojalá la respuesta sea que bien. Pero si no lo es, muchos ánimos. Piensa que todo es temporal. Tanto lo bueno como lo malo.
Si te preguntas cómo estoy yo, pues mira, en los últimos quince días he cogido ocho aviones. Y quizá esto suene divertido e incluso glamuroso, pero la verdad es que estoy tecleando estas primeras líneas de la carta con los ojos hinchados, mi batería cerebral al 10% y un gran sentimiento de culpa. Mi lado ecologista se siente fatal, pero claro, vivir en una isla tiene estas cosas. Que para llegar a los sitios a los que tienes que llegar, a veces, necesitas coger un avión.
Ocho aviones, para los que he tenido que transitar cinco aeropuertos distintos. Y precisamente por eso, he pensado que hoy era el día perfecto para hablar de aeropuertos. Esos espacios de color blanco, gris y azul claro, de suelos brillantes y paredes de cristal, de locuciones casi robóticas que te recuerdan que Please, do not leave baggage unattended, cintas transportadoras, mini-coches sin puertas (he pensado en buscar el nombre técnico, pero luego he pensado que era más divertido que no supiera cómo se llaman), chalecos reflectantes y maletas con sus respectivas personas por todas partes.
El aeropuerto es uno de esos lugares a los que nadie va para quedarse. Como el supermercado. He visto que a este tipo de sitios los suelen llamar no-lugares, pero no sé si estoy del todo de acuerdo con ese nombre. Más que un lugar que no es un lugar, el aeropuerto es un lugar de lugares, el hall de cualquier lugar del mundo al que quieras o debas ir. Y como pasa en el hall de cualquier casa, no es el mejor emplazamiento para ponerse cómodo, pero es perfecto para dar bienvenidas y despedidas. Eso, a nivel emocional, lo sitúa en un limbo complicado. A veces estamos ahí para irnos, otras para volver. Y ni ir ni volver es bueno o malo per se. Todo depende de nuestras circunstancias y de si nos va tocar pagar un recargo por exceso de equipaje o esta vez nos libramos.
Las terminales son lugares en los que la mayoría de nosotros solo vamos a desempeñar la noble tarea de esperar. Y la espera te da la oportunidad de mirar las cosas que te rodean con un poco más de intención. O incluso con un poco más de imaginación. Así que eso es lo que os traigo hoy: una lista de las cosas en las que me he estado fijando más en mis incursiones por distintos aeropuertos y aviones. Al final, no deja de ser una muestra de lo lejos que pueden llegar a irse nuestras cabezas cuando se quedan demasiado tiempo paradas en el mismo sitio. Espero que os divierta y que no os asuste demasiado. ¿Hago un chiste sobre abrocharse los cinturones de seguridad aquí, o mejor lo dejo estar? Demasiado manido, ¿no? Ok, no he dicho nada.
En el aeropuerto, la línea entre el confort y la incomodidad es más fina de lo que lo es en cualquier otra parte. Si pasas en él una hora o menos, puede parecerte un lugar lo suficientemente aséptico como para ser seguro, pero como tengas la mala suerte de ir acumulando retrasos, te acabará pareciendo un lugar infecto. ¿Por qué? No lo sé. Me imagino que es por la artificialidad del ambiente. Por más de ciudad que seas, llega un punto en el que ese suelo efecto espejo llega a darte jaqueca y te empieza a parecer que todo huele fatal. Supongo que la inhalación continuada de queroseno tampoco debe ir muy a favor de tu bienestar.
Comer en el aeropuerto siempre es una experiencia decepcionante. Siempre. Da igual lo que comas. Cuando comes algo barato, acaba siendo caro porque está malísimo. Y si es lo más caro que hay, sabe normal, así que te parece todavía más caro y acabas arrepintiéndote de no haber optado por ese cruasán arrugado de la esquina del mostrador que tan solo costaba diez euros de nada. ¿Alguien sabe si ya existe algún premio que condecore al peor bocadillo del mundo? Quizá todavía no se ha creado porque ya está claro dónde lo ganarían.
En la fila del embarque siempre te encuentras a dos tipos de personas: las que viajan con un atuendo más elegante que de costumbre y las que van más en pijama que en su propia casa. Los segundos lo tienen mejor en caso de evacuación del avión, porque según la tarjeta de seguridad que viene en el asiento, no se puede bajar por el tobogán hinchable con tacones de aguja. Sí, por lo visto, hay gente recorriendo aeropuertos con tacones de aguja. Impresionante. Y bueno, luego estamos los que vamos vestidos más o menos igual a todas partes, pero esa historia es demasiado corriente como para entrar en un apunte de aeropuerto.
El control de seguridad es un lugar en el que puedes conocer un poco mejor a todo el mundo sin necesidad (ni ganas) de conocerlo. Y todo gracias a las bolsitas de plástico. Qué momento tan desconcertante. Todo el mundo dejando a la vista la pasta de dientes, la pomada para las hemorroides, la crema para las durezas de los pies. Igual que la muerte, las bolsitas de plástico nos igualan. No somos nadie, cuando vamos con líquidos de 100 ml máximo.
En todo aeropuerto hay una figura que nunca falta. El señor (suele ser un señor) que hace una reunión en manos libres mientras camina. Siempre suele estar serio y hasta enfadado. A veces va en traje, pero no siempre. Lo que sí suele repetirse es que alguien no ha hecho su trabajo tan bien como debería. Me pregunto si esto de las reuniones en manos libres caminado frenéticamente será en realidad una señal de estatus equivalente a llevar un Rolex o ir en un Mercedes con cristales tintados. Me pregunto también si realmente estarán reunidos o solo estarán fingiendo una llamada para que la gente les dé prioridad a la hora de pasar en el control y en el embarque. Un día lo voy a probar. Me presentaré con mi americana en el aeropuerto, me pondré mis auriculares inalámbricos y empezaré a gritar: “Ah, y otra cosa más, Bethany, revisa bien las faltas de ortografía de la presentación, no quiero tener que volver a pasar por el bochorno del otro día con los representantes del mercado coreano. Por cierto, ¿lo de Washington cómo ha acabado?”. Y a ver qué pasa.
Me gustaría volver a ser niña, solo para taladrarles la cabeza a mis padres para que me compren una maleta de cabina infantil. Y con maleta infantil no me refiero a una maleta de colorines, no, me refiero a una de esas maletas preparadas para que los niños se puedan sentar encima y las usen como si fuese una especie de caminador y que viene con una cinta para que los padres puedan ir empujándola mientras los niños van cómodamente sentados. Me encantan. Otra versión que vi saliendo de mi último vuelo es una maleta con patinete integrado. Repito: una maleta con patinete integrado. ¿Puedo tener una maleta con patinete integrado? Vivo en Mallorca, así que seguramente pasaría bastante desapercibida entre los turistas que viajan doblados. ¿O no? ¿Qué opináis?
Para acabar, una pequeña apreciación que sale del aeropuerto y entra en el avión: ¿en qué pensarán las azafatas cuando hacen la demostración de seguridad? Es imposible que después de ciento cincuenta mil millones de demostraciones exactamente iguales no tengan la cabeza en cualquier otra parte, mientras señalan el tubito rojo del chaleco salvavidas. La locución dice eso de “tira de la placa roja” y la azafata, mientras tanto, preguntándose si al final se acordó de cambiar la cita con el dentista, que por otro lado, a ver si esta vez le solucionan bien lo del retenedor, que ya está bien. Que, hablando de retener, ¿habrá cerrado la puerta de casa con llave? Sí. ¿No? ¿O no? Bueno, no pasa nada. En caso de despresurización de la cabina, se abrirán los compartimentos situados encima de sus asientos. Asientos… Qué ganas que tiene de sentarse, por favor.
Cosas de pájaras 🦜
Estoy segura de que hay una gran cantidad de formas de relacionar pájaros con aviones y aeropuertos. Sin ir más lejos, en una de mis últimas visitas estuve compartiendo la espera con unos pequeños gorriones que, por lo que sea, preferían ir en avión a volar por sí mismos (pobrecitos, ojalá pudiesen salir sin problemas). Pero justo a la vez que escribía esto, mi pareja me enseñó un post de Instagram que no tiene nada que ver, pero a la vez, tiene mucho que ver.
Resulta que Kanye West hizo hace unas semanas un conciertos en China que fue una absoluta locura. Cambiaron hasta algunas leyes del país mientras él estaba ahí, la gente lo vivió casi como si fuese una fiesta nacional. Y ahí es donde viene la cosa de pájaras: un fan construyó un halcón que sobrevoló los conciertos, en honor a su álbum VULTURES. No es que yo sea especialmente fan de Kanye, la verdad, pero que alguien construya un halcón para sobrevolar tu concierto tiene que ser impresionante. Quizá él piense que es lo normal, que estaba destinado a que eso le pasara. Para mí, que soy más de creer que estoy destinada a que me cague una paloma encima en el peor momento, sería muy emocionante. En este post lo explican todo.
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