Soy una isla. Una isla sola en medio de un invierno raro. Una isla rodeada de otras islas, pero al fin y al cabo, una isla. Y en la isla que soy hay un faro. Y desde el faro veo mar, mucho mar, pero también tierra y barcos y de vez en cuando, con mucha suerte, algún delfín. Eso pasa pocas veces. No hay muchos delfines alrededor de mi isla. Lo que sí que hay es silencio, mucho silencio, un silencio tan duro, que me acaban doliendo las orejas de tanto oírlo siendo nada. A veces querría chocarme, pero claro, soy una isla, no puedo moverme. Así que me aburro esperando que alguien se choque contra mí. Un barco, una yate, un avión, un crucero. Si al menos tuviera un volcán y de vez en cuando pudiera arder y supurar lava y quemarlo todo. Pero no soy de ese tipo de islas. Ni tampoco del tipo que tiene cocos, tucanes, palmeras. En mi isla no hay mucho de eso. Hay cerdos. De esos sí que hay. Y también hay barro, por lo de los cerdos. Y patatas y lechugas y acelgas y calabazas y coliflores y berros. Higos, también hay higos en esta isla. Higos dulces que nacen, crecen, maduran y acaban pudriéndose en el suelo de aguantar tanto silencio.
Algunas veces me parece que las islas que rodean a esta isla que soy yo se me acercan. Eso me encanta. Siento que juntas hacemos archipiélago, que algún día quizá llegaremos a ser un continente hecho de muchas islas, cerquita las unas de las otras. Pero muchas de ellas se acaban alejando y ya no sé si es que nunca fueron islas, si en realidad eran pequeños glaciares y por eso se fugaron sin que yo me diera cuenta de que habían empezado a irse, de que habían empezado a fundirse. Ojalá me hubiese percatado antes, aunque tampoco habría servido de nada. Los glaciares no hablan, no escriben, no entienden esto de que yo sea una isla hoy, cuando ayer era una persona. No saben ni siquiera que significa ayer, ni hoy. Solo navegan sin rumbo y se congelan y se funden y se hacen agua. Y rodean mi isla y llegan a mis orillas, pero tal como vienen se van.
No solo es que sea una isla. Es que soy una isla que vive en una isla. Y ese es el problema, que la isla en la que vivo está enfadada con la isla que soy, porque no quiere que haya más islas como ella. A ella qué más le dará, digo yo. A ti qué más te da, le digo. Pero no responde. La isla en la que vivo es de pocas palabras y todas las que ella desecha me las guardo yo. La isla en la que vivo me gusta. La isla en la que vivo me agobia. La isla en la que vivo es un lugar en el que nadie vive del todo bien, por los turistas, ni del todo mal, por los turistas. La isla en la que vivo no guarda tesoros, pero está enterrada en tradiciones. Tradiciones enrolladas como un turbante, enfundadas en tripas de animal, horneadas, vestidas de luto, a rayas, con cofias, con bombachos brillantes de saltan y bailan y lloran lágrimas calientes porque están orgullosas de ser de esa isla y no de otra. Y yo intento hacerles preguntas, entenderlas, intento que me inviten a bailar, pero las tradiciones se esconden y la isla me gira la cara. Pienso que quizá sería mejor si fuera una isla encima de un continente o de una península o al menos, de una isla un poco más grande. Pero la isla se enfada porque me quiero ir. Entonces, ¿quieres que me quede? No te entiendo. Haz lo que quieras, me escupe. Tú verás lo que haces. Mejor vete. Pero no estarás bien. Vayas a donde vayas no estarás bien. Las islas no están bien cuando se mueven. Las islas, si se mueven, se hunden.
It’s an island thing 🏝️
Hace años llegó a mí este vídeo y me reí muchísimo, porque básicamente es lo que siento que la gente piensa cada vez que le digo que soy mallorquina, sin ser yo nada de eso.
Después de haber vivido en Inglaterra una temporada corta pero intensa, me di cuenta de que las island things sí que existen, pero no tienen nada que ver con las expectativas de la gente. En este vídeo, los irlandeses lo corroboran. Tiene más que ver con ser el niño que no quiere compartir su tarta de cumpleaños con nadie o con creer que cualquier cosa que esté fuera de tu isla tiene que ser peor porque sí, sin darle una oportunidad. Para que os hagáis una idea los peninsulares y continentales que me leéis, en mi isla se dice que solo hay dos lugares en el mundo: Mallorca i fora de Mallorca. Es un chiste, sí, pero en realidad no lo es.
Yo nunca me he sentido muy cómoda con esa forma de pensar, pero en realidad, también soy un poco así. Hago como si no me importara mucho mi origen, pero cuando alguien me dice que mi acento es gracioso se me hincha la vena. Estoy abierta a todas las cocinas del mundo, pero todavía odio profundamente a la persona que me dijo que la sobrasada solo era grasa con colorante. No estaba hablando mal de la sobrasada, estaba insultándome a mí directamente, escupiéndome a la cara, arrancándome el corazón para cortarlo a filetes y hacérselo a la plancha. Y ya no te digo la de maldiciones que le echaría a todas las personas que dicen que las quelys no saben a nada. Con las quelys no, eso sí que no. Tú puedes salir de la isla, pero la isla nunca sale de ti. Hay que aprender a vivir con eso. Yo estoy en prácticas y avanzo adecuadamente.
Hace unas semanas llegó a mí una de las entradas de Portable Home, la newsletter de Lara Bongard, una tía holandesa chulísima que escribe y cocina. En este artículo en concreto, Lara hablaba sobre los orígenes de la ensaïmada y de su más que probable arraigo con la comunidad judía que vivió en Mallorca antes de la expulsión del siglo XV y que siguió viviendo después, pero ocultando su espiritualidad en el rincón más oscuro de la casa. Hubo una frase que me hizo asentir muy fuerte en silencio, tan fuerte que es probable que las vibraciones generadas hicieran que las aspas de los molinos holandeses se movieran medio centímetro.
In my search for ‘home,’ Alaró made me question, for the first time: Do we choose a place, or does a place choose us? I spent a month and a half in this small village—the most grounded I had felt in years. Yet, just as I began to consider staying, every door seemed to close. People often say this island tests you: Do you really want to be here? Are you sure? At a birthday party, a woman told me it was no coincidence I had come to Alaró. Mallorca, she said, decides who may stay and who must leave. She will test you.
Esto de la identidad y los orígenes es una cosa rarísima, porque es algo que te viene dado por nacimiento, en lo que no tienes ningún tipo de participación, solo va de si Dios tiró bien de la ruleta ese día. A mí no me fue nada mal con la casilla que me tocó, la verdad, a muchos les gustaría correr mi suerte. Pero aun así, qué raro esto de ser de una isla y notar que ser de una isla te hace distinta y pensar que eres igual pero de repente darte cuenta de que no tienes nada que ver y etc.
Justo el otro día Sara (La Sarishe para los substackers), que curiosamente vive en una isla cercana a la mía, abría su carta de esta forma, mientras yo le daba vueltas sin parar a esto de las islas.
¿No os pasa que una buena mañana abrís los ojos después de una noche larga de sueños lúcidos y vueltas de campana entre las sábanas y decís: “y yo por qué no nací acantilado? ¿O glaciar? ¿O catarata? ¿Por qué tuve que elegir ser persona? A mí me ha pasado esta mañana. Concretamente, quería ser un río bien caudaloso, con mis castorcitos haciendo presas, mis anguilas viscosas yendo parriba y pabajo, mis ranitas, mis sapitos, mis mosquitos picoteando y su buen sedimento lleno de arcilla, rocas, minerales, partículas de caca de animales, restos de plantas, partículas de caca de personas, etc.
También te digo que cuando piensas mucho en una cosa al final se acaba volviendo rara de tanto pensarla. Isla, isla, isla, isla, isla, isla. ¿A qué ahora te suena a palabra inventada? Isla, isla, isla.
Cosas de pájaras 🦜
Hace dos semanas vi este póster colgado de la pared de Tallers 16, un espacio colaborativo de Palma en el que trabajan artistas gráficos y plásticos y en el que yo me pasé cuatro horas enteras haciendo un cuaderno desde cero. Una fantasía. Espero repetir pronto.
¿No es preciosa la palabra aucells? Tengo ganas de ir a ver pájaros este año, me parece un planazo de primavera. Pero yo soy una pájara de ciudad y si lo hago sola no me enteraré de mucho, solo veré a unos seres alados divinos, sin más. Si alguien conoce a alguna persona ornitóloga que viva en Mallorca y haga rutas de turismo ornitológico, que me lo diga, que yo quiero. Y si alguna ave suscriptora quiere unirse al plan, está más que invitada.
Muchísimas gracias por leer. Y por pasar el rato con esta isla.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!
A mi gusto, sino es lo mejor, está entre lo mejor que has escrito. El "baile" entre tu y la isla es muy acertado y sugeridor.
Y por cierto, creo que este newsletter es tu pequeño volcán, que aunque no quema ni arrasa, impregna.
Enhorabona i endavant!