#6 Dejar la casilla sin marcar
Unas más así, otras más asá, pero al fin y al cabo, todas personas.
¡Hola!
Ahora que ya es primavera, los días son más largos y ya se ha inaugurado oficialmente la temporada de playa (alarmantemente antes de tiempo), vengo a hablaros de algo que no tiene nada que ver con todo eso. No sabéis la risa que me ha dado pensar que podía empezar la primera línea de la newsletter generando unas expectativas que iba a truncar en la tercera. Ay, en fin. Ya está. Es que a veces me cuesta arrancar el texto y si no me doy estas pequeñas concesiones, al final os quedáis sin mail. Venga, voy a abrir el melón.
Hoy me gustaría hacer un ejercicio para comprobar algo que leí en un libro de Annie Ernaux hace algún tiempo y que por más obvio que sea, no me puedo sacar de la cabeza. Luego os explico qué decía. Pero primero, quiero que os imaginéis a una persona. Una persona rica, exitosa, elegante, con una curiosidad artística infinita. Una persona que dedicó su vida a comprar obras de arte, a codearse con los artistas de las vanguardias, a abrir galerías, a organizar exposiciones. La persona culpable de la existencia de los museos de arte moderno y contemporáneo más importantes del mundo. Una pista: se apellida Guggenheim.
Si sabes de quién hablo, ya conoces cuál es su aspecto. Pero aún así, vamos a seguir un poco más con el juego: ¿a quién has visto? ¿Te has imaginado a un hombre? ¿Por qué? Durante toda la descripción, me he esforzado en usar términos que no designaran en ningún momento el género de la persona de la que estaba hablando. Y sin embargo, al dejar ese espacio en blanco es probable que lo hayas llenado con rasgos masculinos. ¿Te ha pasado?
Yo estaba pensando en Peggy Guggenheim. Sí, es una mujer. Y yo no lo sabía hasta hace dos semanas. Es de esas cosas que en la escuela no te cuentan y que probablemente tú no averigües nunca si no demuestras un mínimo interés por el arte. Y en cuanto lo haces, ves que esa información siempre había estado ahí y te sientes un poco miserable por haberte imaginado a Guggenheim con una cara parecida a la de Frank Gehry.
Nuestro modelo mental es el hombre blanco, a no ser que se especifique lo contrario. No solo hombre, sino también blanco. En este caso, Peggy era blanca, pero podría no haberlo sido. ¿Te la habías imaginado blanca, no? ¿Por qué? Porque si no se especifica, nuestra cabeza llena el espacio con una epidermis blanca como la leche. Y justo de eso era de lo que hablaba Annie Ernaux en Mira las luces, amor mío, un diario en el que recoge sus visitas al supermercado durante un año (hablaremos de este tema más detenidamente en próximas newsletters) y las reflexiones que saca de la experiencia. Entre ellas, esta:
“Una mujer negra con un largo vestido de flores se para, duda, se va.
(Dilema. ¿Voy a escribir o no «una mujer negra», «una africana» [no está claro que lo sea] o solo «una mujer»? Estoy ante una elección que singularmente hoy, compromete la lectura que se haga de este diario. Escribir «una mujer» es borrar una característica física que no puedo no haber visto de inmediato. Dicho de otro modo, supone «blanquear» implícitamente a esa mujer puesto que el lector blanco se imaginará, por costumbre, a una mujer blanca. Es negarle una parte de su ser, y no la menos importante, su piel. Negarle textualmente la visibilidad. Exactamente lo contrario de lo que quiero hacer, de lo que es mi compromiso de escritura: dar aquí a la gente, en este diario, la misma presencia y el mismo lugar que ocupan en la vida del hipermercado. No hacer manifiesto a favor de la diversidad étnica, solo dar a los que habitan el mismo espacio que yo la existencia y la visibilidad a las que tienen derecho. Así que escribiré «mujer negra», «un hombre asiático», «unos adolescentes árabes» cuando me parezca.)”
Lo que no se nombra no existe. Lo que no se nombra se convierte en el resto, en lo opuesto a lo que tiene que ser, en lo que es accidental, en lo que no debería ser. Y de ahí en parte surge nuestra forma de mirar, que por desgracia está llena de prejuicios enterrados en el subconsciente.
¿Os habéis dado cuenta de lo híper-súper-mega-programados que tenemos el cerebro para detectar en los primeros segundos en los que vemos a una persona una cantidad ingente de características que nos van a hacer tener una opinión de ella al instante? Solo basándonos en su aspecto. Es como si dentro de nuestro cerebro hubiese una persona vestida de uniforme con una carpetita, pidiéndote que marques unas casillas para juzgar a la persona con la que te estás cruzando. ¿Sexo? ¿Edad? ¿Etnia? ¿Acento? ¿Nacionalidad? ¿Estilismo? ¿Religión? ¿Grado de higiene? ¿Está gorda? ¿Nariz operada? ¿Andares? ¿Qué, qué, qué? ¿Nos cae bien o mejor nos agarramos el bolso? ¿Qué me dices? ¿Qué opinas? Ay, por favor, voz interior, suéltame el brazo y déjame caminar en paz.
Aparte de nadar y apuntarme de forma cíclica a gimnasios (de esto hablo en la newsletter #2), a veces voy a clases de yoga. Y una cosa que dice mucho mi profesor es que cuando entramos en clase, debemos olvidarnos de todas las etiquetas que nos definen como personas: nacionalidad, religión, trabajo, ideología, aspecto… Cada vez que lo dice, me da un gustito... ¿Te imaginas ser una masa amorfa que nadie pudiese categorizar del todo bien y que no pensase nunca en nada concreto? Un sueño.
Por desgracia, eso no es posible. La única forma de convertirse en algo parecido a un slime es descomponerse. Y no sé vosotros, pero yo por el momento descarto esa opción. Lo que no descarto y de hecho, intento cada día, es concederme el tiempo necesario para pensar mejor con quién me estoy cruzando. Ver una edad, un género, una etnia, un tamaño, una forma de ocupar el espacio, pero no sacar de ello ninguna conclusión. Dejar esa casilla sin marcar, recordar que como en los libros, la historia de una persona empieza después de la portada. Y darme la oportunidad de leer cada una de esas historias a un ritmo más pausado, menos efectista, más humano.
Sobre refugios mentales 🧠
Parte de esta newsletter ha sido escrita bajo los efectos de un dolor de cabeza exasperante. Uno de esos que da igual cómo me ponga, que no se va. Ni durmiendo se va. Y en estas circunstancias, considero un triunfo haber descartado la idea de ir a darme golpes contra la pared (algo con lo que fantaseo más de lo que me gustaría) y estar aquí escribiendo. Así que si me permitís, voy a dar dos recomendaciones relacionadas con el texto de arriba, basadas únicamente en mi necesidad de encontrar algo de confort al que agarrarme.
La primera es que dediquéis un pequeño momento de vuestro día a buscar más datos sobre Peggy Guggenheim. Yo aquí os dejo la parte que más me ha interesado sobre su vida: en 1948, viaja por primera vez a Venecia (ella era neoyorquina) y además de hacer historia mostrando su colección de arte al completo, se enamora de la ciudad. Así que un año más tarde se compra el Palazzo Venier dei Leoni, un edificio inacabado del siglo XVIII, y lo convierte en un hogar para ella y sus catorce perritos hasta el día de su muerte, en 1979. El palacete no solo era su casa, sino también un museo abierto para todo aquel que quisiera disfrutar de su colección personal. Cerrar los ojos y creer durante un ratito que soy Peggy, vivo un palacio veneciano con catorce perritos y llevo unas gafas de sol monísimas, me hace sentir un poco mejor.
La segunda propuesta tiene que ver con el deseo de convertirme en una cosa viscosa y sin forma. Porque me ha hecho recordar una película que me encantaba de pequeña y en la que no pensaba desde hace muchísimos años: Flubber. ¿Os acordáis de Flubber? Este vídeo os refrescará la memoria.
Cosas de pájaras 🦜
Y para acabar, otra capsulita de confort: el otro día vi este reel en el perfil de Instagram de Atmos. Este contenido, además de proporcionarnos unos segundos de paz, explica que el hecho de que escuchar el canto de los pájaros nos haga sentir seguros y más relajados podría tener un origen evolutivo. Y es que ese sonido, en otros momentos de nuestra historia como especie, nos indicaba la ausencia de depredadores. Ahora más bien indica que estás lejos de la oficina. Y qué hay más placentero que eso.
Muchísimas gracias por leer. Y por mirar más allá de la portada.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!
Gracias por compartir <3 me gusto la linea "Dejar esa casilla sin marcar, recordar que como en los libros, la historia de una persona empieza después de la portada. Y darme la oportunidad de leer cada una de esas historias a un ritmo más pausado, menos efectista, más humano."
cuando hice el ejercicio jugué a imaginarme a mi misme, solo un poco más vieje, estudiade y adinerade jajaja, une puede soñar con convertise en Peggy, no?
Hola, sobre la Peggy no se gran cosa.energia i personalita i molts diners!
M encanten els teus escrits.
Sobre el dels ocells et vaig fer un escrit des de Costa Rica i no crec que t hagi arribat. Es devia perdre. Tampoc l he pogut recuperar. Era un moment en el que vaig veure els colibris per primera vegada. Tan petits i amb aquella manera de volar tan rapida, impressionen!
Una abraçada