¡Hola!
Esta semana me he puesto con la newsletter mucho más tarde que de costumbre porque he estado de viaje. Me fui con algunas ideas de lo que os quería contar en la cabeza, pero decidí esperarme, por si mi estancia en un entorno antes desconocido me daba una sorpresa y me enfrentaba a una situación lo suficientemente jugosa como para convertirse en el tema central de hoy. Al final, lo más destacable de todo es que durante cinco días me convertí en una turista estándar. Y siendo una mallorquina que vive en su día a día los efectos de la masificación, se trata de un rol con el que tengo sentimientos encontrados.
Está claro que si no te gusta el turismo de masas, lo más consecuente es dejar de formar parte de él. Pero, y sin ánimo de que esto suene a justificación, hay algo del turismo convencional que, por más que me asquee, me atrapa. Esa posibilidad de rozar lo hortera sin complejos, de caer en todos los estereotipos y contar con el beneficio de la duda porque pobre, qué sabrá ella, si es una turista. Y con esa condición viene incluido un extra que me encanta: la posibilidad de llevar mi curiosidad hasta el límite del mal. Y es que el rol de turista te concede la magnífica oportunidad de ser una mirona aceptada socialmente. Una mirona de bien. Y una persona como yo, que compagina como puede el decoro con las ansias de cotilleo, no se puede perder una oportunidad como esta.
Así que me fui de viaje, me puse el traje de exploradora y me convertí en una turista de cabo a rabo. Y gracias a ello, pude hacer lo que esta newsletter tiene como fin último: mirar la realidad, diseccionarla minuciosamente y traeros unas conclusiones que rocen el absurdo. Como cuando repites tanto una palabra que por un momento pierdes la noción de la misma y te parece que no tiene sentido. Y con todo lo que he observado descaradamente estos días, tanto en humanos como en animales, he creado una lista de cosas que si las piensas mucho, dejan de tener sentido, porque son así porque así empezaron a ser en algún punto de la historia, pero en realidad, podrían ser de una forma completamente distinta. Se entiende mejor con la lista, así que ahí va.
Cosas humanas que son así porque sí pero que podrían no serlo
La sonrisa. Lo potente de la sonrisa es que la compartimos y comprendemos todos los humanos. Pero en realidad, ¿por qué iba a ser un signo de alegría o amabilidad enseñar la única parte del esqueleto que queda al descubierto? Le oí esta reflexión una vez a Samantha Hudson y cuanto más observo a personas sonriendo, más me perturba.
La carcajada. Cada cultura se ríe de cosas distintas, pero sea como sea, todas las personas encontramos algún motivo para desternillarnos. Y piénsalo bien: reírse consiste en entrecortar la respiración de una forma tan enérgica que a veces hasta nos deja doblados por la mitad o nos genera un latigazo vertical. Se trata de una reacción espasmódica que si prolongamos durante mucho tiempo puede llegar a provocarnos hipo, dolor abdominal o la producción de lágrimas. Pero nos parece divertido. ¡Nos parece lo mejor que nos puede pasar!
Los aplausos. Por algún motivo que desconozco, hemos consensuado de forma prácticamente universal que chocar las palmas de las manos de forma reiterada y rápida, genera un ruido que simboliza admiración y celebración. ¿Qué somos? ¿Focas? ¿Por qué hacer un ruido estrepitoso debería significar algo bueno?
Las cervicales. Ok a lo de que los humanos decidiésemos ponernos de pie y caminar a dos patas. Hasta ahí ninguna queja. Pero sinceramente, espero que en el futuro nuestro cuerpo haga una actualización de sistema que nos de un cuello más flexible y menos doloroso. Algo más cercano al cuello de un pato. ¿Has visto cómo mueven los patos el cuello? Lo pueden doblar por completo. De hecho, duermen con la cabeza girada en plan niña del exorcista. Estos días pasados, mientras odiaba la almohada del hotel donde ejercía como turista, fantaseaba continuamente con esta idea.
La copia social. Es gracioso que todos busquemos vivir exactamente las mismas experiencias que los demás, sobre todo ahora, que puedes verlo casi todo por adelantado a través de Internet. Alguien descubre que si haces como si aguantases la Torre de Pisa la foto queda graciosa y ya nos tienes a todos aguantando la Torre de Pisa por los siglos de los siglos. En una de las visitas que realicé estos días, viví el momento exacto en el que un guía turístico explicaba una curiosidad sobre una vidriera y acto seguido, se formaba una cola de gente enorme para fotografiar la curiosidad, que ocupaba exactamente un milímetro del cristal. Lo que me lleva directamente al siguiente punto de la lista.
Las fotos raras. Ahora que el único coste que tiene hacer una foto es el esfuerzo de desbloquear el móvil, te topas con personas haciendo fotografías que a simple vista no tienen ningún tipo de sentido. Y en esta categoría entro yo de cabeza. Una papelera, un semáforo, un charco de pipí, la firma chunga de un grafitero, la cagada de una paloma, un lata vacía, un cacho de acera. Yo qué se, cualquier cosa. En ese momento piensas que es de vital importancia guardar esa imagen, pero es probable que cuando la vuelvas a ver cinco minutos más tarde ni siquiera recuerdes por qué la hiciste.
La contradicción de que sepamos muchas de estas cosas (que incluso algunas no nos parezcan bien) y que sigamos haciéndolas como si nunca las hubiésemos pensado. La explicación de este punto es simple: si piensas en el sentido de cada pequeña cosa que haces es posible que acabes balanceándote sobre ti mismo en una esquina de tu habitación, con las cortinas pasadas y las ventanas cerradas, y no quieras volver a salir a la calle nunca más. El análisis es necesario en la medida en que te deja mejorar como persona, pero innecesario cuando te deja paralizada, porque hagas lo que hagas, todo va a estar mal de una forma u otra.
Dicen que viajar ayuda a desconectar, pero quizá viajar también sirva para conectarse. Aunque en realidad, puede que ni siquiera sea necesario viajar para eso. Vamos, que Bali no es la respuesta a cualquier cosa que te pase y que se puede ser un turista sin salir de casa. Basta con observar mucho, hacerlo sin vergüenza alguna, y cada vez que alguien te increpe, decir “pordona, no hable ispañul” y salir corriendo del lugar antes de que llamen a la policía. Eso nunca falla.
Mirones de categoría 👀
Hoy es un buen día para recordar un libro con un punto de partida fascinante: ¿cómo se comportarían las personas que me rodean si de repente desaparezco? Eso es lo que pretende averiguar Wakefield, que es a la vez el nombre del protagonista y el título del relato de Nathaniel Hawthorne, en el que un hombre decide fingir su desaparición, esconderse en una casa que queda justo enfrente de la suya y ver qué pasa.
Otra historia sobre mirones completamente distinta pero que en su día me dejó atrapada es Nightcrawler, una película dirigida por Dan Gilroy en la Jake Gyllenhaal protagoniza a Louis Bloom, un señor estadounidense que decide dedicarse a cazar noticias para vendérselas a medios de comunicación locales y, bueno, no se puede contar mucho más sin hacer spoiler. Es mejor verla.
Cosas de pájaras 🦜
La lista de cosas que los pájaros hacen mejor que las personas es muy extensa. Pero ya que estamos hablando de mirar, nos centraremos en este dato: resulta que los pájaros son capaces de detectar muchos más colores que los humanos. Mientras que nuestros ojos distinguen los tres colores primarios, las aves pueden ver esos tres colores más un cuarto: el ultravioleta. Eso hace que sean capaces de percibir muchos más matices que nosotros y que, por ejemplo, algunas especies sean capaces de distinguir a los machos de las hembras a través de detalles que nosotros nos perdemos, o que puedan entender mejor la estructura tridimensional del espacio, para volar de forma más ágil. Y por eso, entre muchas otras cosas, esta newsletter se llama como se llama.
Muchísimas gracias por leer. Y por mirar sin miedo lo que te rodea.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!