Solo entiendo la escritura como salto al vacío
como abismo, como exposición,
como riesgo al error, a la incomprensión,
a la vulnerabilidad.
Brigitte Vasallo (Leído en Todo lo que se mueve de Valeria Mata)
¡Hola!
Yo no nací con el don de la agilidad. Puede que ya lo hayáis notado. Soy una persona más bien sosegada, que tiene que hacer las cosas paso a paso porque sino colapsa. Soy lenta. Muy lenta. No sé cuanto tiempo habré tardado en armar este primer párrafo. Aunque en realidad, eso no solo tiene que ver con la velocidad, sino también con el miedo que siempre le he tenido al error.
Lo de decir que mi mayor defecto es que soy demasiado perfeccionista en las entrevistas de trabajo se ha convertido en un chiste recurrente para mostrar lo absurdos que podemos llegar a ser cuando intentamos impresionar. Bromas aparte, la creencia de que para hacer algo mal, mejor no hacerlo, solo ha conseguido que nos perdamos cantidades ingentes de talento, que se quedan guardadas en muchos cajones de muchos escritorios alrededor del mundo. Y si es lo que sus autores quieren, estupendo. Pero, ¿es lo que sus autores quieren o es la señora Presión llamando a la puerta? La ilustradora Bàrbara Alca justo hizo una viñetas hace unos días hablando de esto: “Y al final pienso que mejor no empiezo nada para no decepcionarme más”. Duras declaraciones.
Sé de lo que habla. Estoy pasando por ahí mientras escribo este texto. No tenía ni idea de cuál era forma perfecta de abordarlo. Y si aún así he seguido es porque me he acordado lo que dice Jorge de Cascante en sus talleres de escritura: que “no tener ni idea de nada” puede ser una forma interesante de empezar a hacer las cosas. También el escritor Donald Barthelme deja plasmada esa idea en su ensayo Not-Knowing:
“El no-saber es crucial para el arte. Sin el proceso de exploración engendrado por el no-saber, sin la posibilidad de que la mente se mueva en direcciones imprevistas, no habría invención.”
Si no necesitamos saber lo que estamos haciendo, cabe la posibilidad de que nos equivoquemos. Y solo cuando eso pasa, te das cuenta de que no pasa nada. Nada de nada. Alguien se da cuenta, probablemente tú mismo, se corrige y a seguir. O quizá no hace falta ni que se corrija, porque el error puede llegar a ser un acontecimiento deseado. Tuve una vez un jefe que le pedía a los directores de arte que no lo hiciesen todo perfecto, que añadiesen siempre un pequeño error en sus composiciones. Nacho (así se llamaba) decía que ese es el mejor recurso del que disponemos para humanizar nuestras obras. Siendo imperfectos.
Qué sería de los bodegones sin un poco de desorden. Una mesa limpia, completamente vacía, es simplemente una mesa. Pero una mesa llena de frutas esparcidas por todo, con una manzana medio mordida, una calavera, unas flores medio pochas o incluso con un gato asustado, es el indicio de una escena de vida.
Qué sería de la novela Poeta chileno de Alejandro Zambra sin los 42 sonetos más bien malos y accidentalmente cómicos que Gonzalo, el protagonista, escribe en su adolescencia para superar una ruptura amorosa. Puede que no hubiese novela. Quizá no se llamaría como se llama.
Qué sería de nosotros sin los errores. Sin los intentos. Sin las caídas graciosas. Sin los memes. Sin todas esas cosas que nos arrepentimos de haber hecho o dicho, que poco a poco, van tejiendo el material con el que crecemos y creamos. Sin el impulso para hacer que toda esa amalgama de cosas aparentemente indeseables acabe convirtiéndose en parte de nuestra cultura. Supongo que seríamos los mismos y quizá viviríamos igual, pero sin duda, con muchas menos ganas y mucha menos poesía.
Días de todos los hilos de colores 🪡
Andrea Pérez ha sido siempre una tía chulísima. Esto es así. Tuve el placer de compartir algunos cafés y algunas noches de fiesta salsera (aparte de ser chulísima, baila genial) con ella mientras estudiábamos en la universidad. Desde hace algún tiempo, admiro cómo funciona su mente en la cuenta de Instagram @ando.desbordada, en la que muestra sus andanzas como creativa textual.
Y si hoy hablo de ella es porque hace poco publicó un proyecto precioso en el que mezcla tecnología, artesanía y cotidianidad de una forma preciosa. Emotion tracker es el resultado del análisis de un diario personal que escribió en 2019. Sintetizó cada texto en una emoción predominante y a través de un software, dotó a cada emoción de un color. El resultado es una pieza bordada con pequeñas rayas de colores, convirtiendo todos los días, los buenos y los malos, en algo bello. En su sistema cromático, el enfado es naranja, un color que me encanta y que ha resignificado por completo mis enfados. No es que ahora tenga más ganas de enfadarme, pero si me pasa, ya tengo un motivo para sentirme mejor.
Y si esto os ha gustado, no os perdáis #PuntadasLiterarias, una sección de la revista Glamour en la que ha bordado “los pensamientos más audaces, tiernos, insólitos e inteligentes” de escritoras tan interesantes como Elisa Victoria, Beatriz Serrano, Chloé Wallace, Aida González Rossi y muchas más. Gracias, Andrea, por tanta inspiración.
Cosas de pájaras 🦜
Lo que veréis en esta sección no es un error, sino un gran hallazgo. Os presento a Darwin (@darwinsbirdism), un lorito muy intenso que se mueve con un estilo que ya quisieran muchos humanos. Y os lo presento en compañía de Smac (@smacmccreanor), una bailarina australiana que convierte cosas de internet en coreografías divertidísimas, como esta que os dejo aquí abajo. Este vídeo ha sido mi obsesión de la semana y me parece una forma fantástica de acabar la newsletter de hoy. ¡Que viva el baile y que vivan las pájaras que nos hacen bailar!
Muchísimas gracias por leer. Y por errar con tan buen gusto.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!