¡Hola!
(Hoy envío la carta en horario festivo. Espero que la Semana Santa os esté dando el respiro que necesitabais del trabajo. Y a los que trabajáis, espero que la Semana Santa os esté dando el dinero que necesitabais para daros un repiro del trabajo en otro momento. Dicho esto, vamos al lío.✨)
Esta es una historia basada en hechos reales, que como algunas de las mejores historias, empieza en una comunidad de vecinos tranquila, donde todo iba bien. O al menos, eso parecía. Mi pareja y yo vivimos desde hace poco más de un año en un edificio nuevo, en un barrio tranquilo, cercano al centro de Palma de Mallorca. Nos encanta el piso, porque tiene todo lo que necesitamos. Nos encanta la zona, porque tiene calles peatonales, llenas de bares, restaurantes y vida. Y de los vecinos, poco puedo decir, porque hoy en día nadie hace el esfuerzo de saber con quién comparte edificio.
Yo lo intenté las primeras semanas. Y creedme, no es que sea muy propio de mí ser abierta y extrovertida. Pero aún así, lo intenté. En aras de crear un buen ambiente, me presentaba a los vecinos con los que me iba topando y les decía que si necesitaban cualquier cosa, ya sabían cuál era nuestro piso. Pero esa simpatía genuina fue disminuyendo paulatinamente, mientras me daba cuenta de que algunas de las personas con las que compartía edificio ni siquiera hacían el esfuerzo de devolver el saludo en los encuentros fugaces de entrada y salida del ascensor.
Vale que yo no soy Miss Simpatía, pero no sé, a mí nunca se me ha cansado la boca por emitir un suave “hola” o “adiós”. Quizá pensaréis que soy una antigua, pero qué queréis que os diga, yo todavía creo en la amabilidad moderada como forma de preservar la buena convivencia. Y más sabiendo que minutos después de no saludar a tu vecina cogerás el móvil, abrirás TikTok y pondrás un comentario en el último vídeo de tu influencer favorita, a quien no conoces de nada y con la que puede que no te cruces en la vida. En fin, cada uno aquí con sus prioridades.
Ha pasado el tiempo, algunos vecinos se han ido y han llegado otros nuevos, pero en general, todos los acontecimientos seguían un curso bastante normal, hasta que hace varias semanas apareció en el ascensor una nota, que procedo a reproducir a continuación:
Una hoja de cuaderno a líneas arrancada, escrita en boli azul, pegada con celo. Y eso es todo lo que os puedo decir, porque no había remitente, ni tampoco se decía claramente a quién se dirigía ni a qué hecho concreto se refería. Lo único que se puede deducir de la nota es que el sueño del vecino que la escribió se vio interrumpido por un ruido indeterminado entre la una y las seis de la madrugada. Ya está. Como especialista en comunicación, tengo muchas cosas que decir acerca de la ineficacia de un mensaje tan abstracto. Pero como escritora de ficción, fue leerla y empezar a frotarme las manos compulsivamente. Hay tantas historias escondidas ahí. Tantísimas.
Mi pareja y yo estuvimos varios días repasando lo que habíamos hecho esos días, preguntándonos si podríamos ser nosotros los vecinos molestos. A día de hoy, todavía no tenemos ninguna evidencia que confirme o desmienta nuestra potencial culpabilidad. Pero lo que sí que tenemos es un porrón de teorías al respecto. Ninguna tan increíble como para ponernos a escribir una peli, pero bueno, nos ha dado conversación durante unas cuantas semanas, qué más se puede pedir.
Me pareció gracioso que justo este hecho coincidiera con el momento en el que yo estaba empezando a leer La vida instrucciones de uso de Georges Perec. El primer capítulo de la primera parte se titula “En la escalera, 1” y empieza diciendo:
“Sí, podría empezar así, aquí, de un modo un poco pesado y lento, en ese lugar neutro que es de todos y de nadie, donde se cruza la gente casi sin verse, donde resuena lejana y regular la vida de la casa.”
Y un poco más adelante, sigue diciendo:
“[Los vecinos] Se atrincheran en sus partes privadas -que así se llaman- y querrían que de ellas no saliera nada, pero lo poco que dejan salir (…) sale por la escalera. Porque todo lo que pasa pasa por la escalera, todo lo que llega llega por la escalera: las cartas, las participaciones de bodas o defunciones, los muebles que traen o se llevan los mozos de las mudanzas, el médico avisado urgentemente y el viajero que regresa de un largo viaje. Por eso es la escalera un lugar anónimo, frío, casi hostil.”
Mi historia también empieza en la zona de la escalera, más concretamente dentro del ascensor. ¿Y cómo acaba? Aún es pronto para saberlo, pero mientras tanto, he recurrido a la ficción en busca de historias de vecinos, algunas más felices que otras, pero todas muy buenas opciones para ver con calma durante un fin de semana largo como este.
La más obvia es volver a ver una vez más Aquí no hay quien viva, una serie que ha recomendado hasta Nicolás Maduro y que si se hubiese rodado en mi comunidad se titularía más bien ¿Cómo se llama la gente que vive aquí? De Malena Alterio ya hablamos en la newsletter #1, pero por otras razones. También podríamos recurrir a un clásico como El apartamento de Billy Wilder, en la que los vecinos de C. C. Baxter se quejan a la cara y hay un ascensor y una ascensorista como desencadenante de la acción.
Si queremos ir un poco más allá y abordar terrenos más oscuros, podemos revisitar La Trilogía del Apartamento de Roman Polanski. En febrero hice el taller Jugar a las muñecas con la escritora (y mejor persona) Elisa Victoria y fue ella quien me recomendó que viera El inquilino, basada en la novela El quimérico inquilino de Roland Topor. Y colindando este género está Rodrigo Sorogoyen con As Bestas. A ver, si me das a elegir entre estos vecinos y el mío, escojo mil veces a mi vecino invisible. Tiene menos posibilidades como personaje de ficción, pero al menos no muestra indicios de ser un psicópata.
También me he planteado la posibilidad de que los vecinos que viven al otro lado de la calle tengan más información de lo que está pasando en nuestro edificio que nosotros mismos, como en La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock. Pero si lo que saben es malo, mejor que se lo queden para ellos. Yo me quedo con mi imaginación, que es más inocente, más segura, más cómoda.
La nota ya ha desaparecido del ascensor. Supongo que su creador ha considerado que tras más de tres semanas expuesta, ya nos hemos dado todos por aludidos. Quizá el problema es que le molestábamos todos, sin excepción. No lo sé, solo espero que si algún día mi misterioso vecino o vecina se hace suscriptora o suscriptor de esta newsletter y llega hasta aquí, sepa que lo siento mucho por algo que potencialmente podría haber hecho, que espero que esté bien y que sepa que si en el futuro necesita decirnos algo que le molesta, puede venir a decírnoslo directamente. Mi pareja y yo somos inofensivos. Lo estoy escribiendo con una sonrisa. De verdad, dos trocitos de pan somos.
Eso sí, paso de decir en qué calle, número y piso vivo. Querido vecino, si te has dado por aludido y nos necesitas, búscanos, que estamos a unos pocos pisos. Atentamente, una de las vecinas de tu finca que saluda en el ascensor.
Cosas de pájaras 🦜
Aprovecho esta sección para salir un poco del piso, que ya empieza a oler a cerrado y os transporto hasta Sa Fira des Fang, una feria de artesanos del barro y la cerámica que se celebra en Marratxí (Mallorca) cada año.
He ido a esta feria desde pequeña y siempre me ha encantado, pero debo reconocer que desde hace ya algún tiempo, tengo un puesto favorito que nunca me pierdo: el de ocarinas y gorriones de Carme Hermoso.
Carme Hermoso es una música y artesana mallorquina que desde finales de los ochenta trabaja por la recuperación de la ocarina, un instrumento de viento originario de Sudamérica y Asia, que se tocó en Mallorca desde finales del siglo XIX hasta 1936.
Además de ocarinas, Carme también crea una especie de llamadores de aves y unas flautitas de tres notas (do, re y mi) con forma de gorrión. Yo tengo tanto el llamador como la flautita y de vez en cuando me animo a usarlos. No creo que mi vecino misterioso esté especialmente contento con esto que estoy contando. Para su tranquilidad, prometo que nunca los tocaré de madrugada. Total, a esas horas las buenas pájaras ya se han hecho su night beauty rutine y están en la cama leyendo un libro buenísimo, así que no creo que viniesen a mi llamada.
La pajarera en directo🎙️
Desde que el pasado 15 de marzo envié la primera carta de Vista de Pájara están pasando cosas muy bonitas. La mejor: que os estáis animando a enviarme fotos e historias de pájaros. Y yo lo disfruto tanto, que me da pena que el resto de pájaras se lo pierdan. Por eso, se me ha ocurrido una idea: crear este nuevo apartado con las mejores cosas de pájaras que me vayáis enviando cada semana. Por supuesto, siempre con vuestro consentimiento previo.
¿Qué os parece la idea? Si os animáis, podéis contestarme a este mail con vuestras ideas, anécdotas, fotos, dibujos… Lo que os apetezca. Solo os pongo dos condiciones: que tenga alguna relación con pájaros y que esté dentro de los márgenes de la legalidad. La semana que viene os cuento cómo ha ido este experimento.
Muchísimas gracias por leer. Y por llamar a la puerta de tus vecinos cuando lo necesitas.
Si mientras leías esto has pensado en alguien, envíaselo 🎁.
Y si te lo han enviado y te apetece suscribirte, este es el momento ❤️🔥.
¡Nos vemos en el próximo avistamiento!
No sé si alguna vez te conté la historia de Paloma Wool, la paloma okupa de mi balcón. Pero esa sí que era una buena pájara
A ver si me animo a mandarte una historia tan inspiradora como las tuyas <3