¡Hola!
No sé muy bien por dónde empezar, porque tengo muchísimas cosas que contaros. La primera que se me ocurre es la que más ilusión me hace: esta carta sale el viernes 14 de marzo de 2025. ¿Y qué? Bueno, pues que la primera carta que os escribí salió el viernes 15 de marzo de 2024. Queridas pájaras suscriptoras, hoy cumplimos un año. ¿Un año ya? Pues sí, un año ya. Y lo mejor es que no me he cansado, no me he aburrido, quiero seguir y seguir y seguir, porque todavía me quedan muchas cosas que avistar con mis prismáticos tarados y completamente sesgados. Sí lo digo. No me oculto. Aquí yo no cuento la verdad, cuento lo que me parece y lo cuento a mi manera, haciendo honor a la pájara que soy y esperando que los minutos que pasáis aquí os relajen un poco los músculos de la cara. Está vuestra fisio y luego estoy yo. De nada.
Y eso me lleva a otra de las cosas de la que venía a hablaros. Hace un año os conté en la primera carta que mi propósito era traeros cada semana cosas alegres, que os dieran un pequeño respiro de la semana, del mes, del año, de la vida. Eso era lo que esperaba daros a vosotros, porque también era lo que quería para mí: un rato de escritura que hiciera que cada semana valiese un poco más la pena. Y tal como ha ido avanzando el último año y han ido pasando cosas cada vez con un tono marrón más oscuro, más oscuro incluso que el Pantone Mocha Mousse, me he ido reafirmado en que necesito este ratito con vosotros y conmigo, porque si no llega a ser por estos momentitos en los que nos juntamos, yo escribiendo, vosotros leyendo y todos juntos procrastinando cosas más urgentes y menos apetecibles, creo que hubiese acabado uniéndome a una secta, a la que fuera, con tal de creer que todo lo malo forma parte de un plan orquestado por un conejo supremo y que ser una esclava de ese conejo y de sus secuaces humanos me iba a permitir sobrevivir. Gracias a la cultura y a mis queridas aves suscriptoras por no haber permitido que ese sea mi sino. Al menos, no por ahora.
Me ha alegrado ver que no soy la única que ha llegado a esta conclusión esta semana. Y es que por fin he vuelto a notar cómo personas que tienen ideales que van más allá de ganar dinero sin fin y comprarse un Lamborghini tras otro han empezado a abrir las ventanas de sus casas para que entre aire fresco y se han ido a buscar ese rincón del armario en el que guardaban su esperanza. Por suerte para todos, lo han encontrado y han decidido enseñárnoslo, para que nos acordemos nosotros también de dónde guardábamos la nuestra. El Íbamos a salir mejores y lo logramos de Nerea Pérez de las Heras o la Carta de amor a Estados Unidos de Eileen Truax me han hecho recordar que además de la bomba nuclear, los humanos también hemos inventado el chocolate y los memes. Y que mientras unos se frotan las manos y aprietan la mandíbula, hay otros muchos que se ponen a levantar a la señora que se ha caído al suelo o a abrazar al chico que llora en un idioma que desconocen, pero al que entienden perfectamente. Nos quedan motivos todavía para confiar un poco en nuestra especie. ¿Merecemos extinguirnos? Por supuesto. Pero bueno, déjanos cinco minutitos más, que todavía quedan cosas buenas que ver desde aquí arriba.
En este último año, he intentado encontrar cualquier excusa para que apartéis un rato el móvil de vuestras caras, aunque eso suponga que dejéis de leerme, y os quedéis mirando a la nada, sonriéndole al aire, pensando que ahora que lo veis mejor, esa farola o esa baldosa o esa basura o incluso esa luz de las seis de la mañana en los más frío del invierno es más especial de lo que pensabais. Más costumbrista. Más cinematográfica. Más literaria. Más. Mucho más. Y mientras lo intentaba, he llegado a la conclusión de que las cosas que nos conectan con la alegría son aquellas que podemos percibir con los sentidos. Porque los sentidos son los primeros que se duermen cuando estamos drogados por el trabajo, por los problemas, por las noticias, por nuestros móviles. En realidad, nuestros sentidos no son más que unos pequeños ajolotes incorporados a nuestro organismo, que necesitan que los alimentemos a diario con cosas gustosas. Y a cambio, ellos nos regalan una perspectiva del mundo un poco más amable, más halagüeña, más para entrar a vivir.
Esta pajarera que compartimos me ha invitado a dejar de hacer las cosas porque tengo que hacerlas, a dejar de castigarme cuando no las hago y a empezar a hacerlas para gozarla. Sin más. Porque a qué hemos venido si no. Dime tú. A qué. Por eso, ahora tengo más rituales y menos excusas. Cuando me cuesta ponerme a escribir, porque siempre me cuesta, a veces unos minutos, otras unos días, doy de comer a los ajolotes. Me preparo una merienda a base de matcha latte, manzana asada a la sartén con canela y una barrita de sésamo, me enciendo una vela con olor a chai, me aseguro de no tener los pies fríos y de llevar una ropa lo suficientemente suave, me pongo una canción como esta y miro a mi alrededor.
Contemplo desde mi mesa de trabajo cómo la fachada amarilla que veo por la ventana hoy amarillea más que nunca gracias a la luz del sol, que por fin vuelve a brillar tras varias semanas seguidas de lluvias y cielos nublados, que en un sitio como en el que vivo se sienten como el fin del mundo y que la verdad es que acompañaban a la perfección las noticias trumposas que nos llegan desde ese lugar en que siempre pasan cosas y siempre tienen algo que decir de las que pasan en cualquier otra parte del mundo, al que mi padre llama los estados juntitos y yo no sé ya si están tan juntitos ahora, pero ahí siguen, a lo suyo. Y como el ordenador me inspira poco y el teclado todavía no me huele a chai tanto como querría, abro mi libreta de color azul, la más bonita que tengo ahora mismo, y escribo lo que salga con mi boli dorado que escribe azul y que siempre me mira mejor y me critica menos que el procesador de texto.
Así se hace Vista de Pájara. Con manzanas, matcha, velas, libretas, pensando poco, jugando mucho. No sé si el resultado será lo suficientemente alegre como para cumplir mi promesa de hace un año, pero os prometo siempre me río haciéndolo. Espero que se note. Y que os lleguen todos los olores, los sabores, las texturas, todo, todo. Que en este ratito que compartimos, todo os haya dejado de importar un poco. ¿Hola? ¿Estáis ahí? Ah, que ya estáis en la nada. Bueno, pues mejor.
Otras historias que me han alegrado la semana 🫠
- El Club de las 11:00 AM: de Claudia, porque no hay una sola forma de hacer las cosas bien.
Amigas, lugares compartidos, cocinas comunitarias de La cocinita virtual de Claudia Polo (@soulinthekitchen en Instagram), porque las cosas salen mejor cuando pides ayuda.
El calendario all dates matter, porque una historia en la que no salimos todos no es una historia completa.
Cuánto más gente se muere, más ganas de vivir tengo de Maruja Torres, porque la vida puede darnos motivos para reír hasta cuando no da gracia.
Cosas de pájaras 🦜
El algoritmo de Instagram tiene a bien enseñarme cosas que me fascinan, incluso en su época más perversa de la historia. Me imagino que sabe que a la que se ponga pesado me voy, porque total, para lo que hago ahí… En fin, el tema es que esta semana me recomendó este vídeo y ya solo por la narración, vale la pena verlo. Me da miedo, me da ternura, me da algo.
Resulta que en japón hay un dulce típico que consiste en una brocheta de pastelitos de arroz que se llama enaga dango, en honor a la forma en la que descansan las crías de unos pajaritos blanditos que viven principalmente en Hokkaido y que se llaman shima-enaga. Pajaritos muy juntitos como unos deliciosos pastelitos de arroz. Pastelitos de arroz muy juntitos como si fuesen pequeños pajaritos. Imagíname dando saltitos histéricos para expresar toda la adorabilidad que acabo de consumir y no me cabe ya en el cuerpo.
Muchísimas gracias por leer. Y por aguantar todas mis pajaradas durante este último año.
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¡Nos vemos en el próximo avistamiento!
Qué carta tan bonita de memes y chocolate te ha quedado <3
Feliz pajaaniversario ✨ a seguir volando